viernes, 1 de julio de 2011

Hilando delgado



En su columna de la revista Semana  aparecida  el domingo 10 de abril, el analista político León Valencia escribió: “ El sindicalismo colombiano ha obtenido un enorme triunfo. Ha logrado que el presidente Barack Obama obligue al país a proteger y extender los  derechos  laborales y a combatir  la agresión contra los sindicalistas a cambio de la aprobación del  Tratado de Libre Comercio entre Colombia y Estados Unidos”.
Hay algo en el tono triunfalista del texto que no acaba de encajar, mirado bajo el lente de lo que han sido las relaciones entre Estados Unidos y Colombia a lo largo de la historia  ¿Un gobierno  norteamericano preocupado por el bienestar de  los trabajadores colombianos y exigiendo que se respeten sus derechos? Mmm  pienso que lo mejor es hilar delgado. Uno de los soportes del Partido Demócrata ha sido   el todopoderoso y corrupto aparato sindical desde los primeros tiempos del new deal de F.D Roosvelt. De unas décadas hacia acá, y a resultas de la reconfiguración del mapa económico y político mundial, en el que países como China y Brasil cobran cada vez mayor protagonismo, la pérdida de puestos de trabajo ha sido una de las mayores preocupaciones de los trabajadores en Estados Unidos. Entre las razones que esgrimen están la falta de  una legislación migratoria más rigurosa, sumada  a los bajos salarios en los  países menos desarrollados que al abaratar por esa vía  los costes de producción acaban  por convertirse en competencia desleal al ingresar los productos a territorio norteamericano. Para  nada mencionan en esas discusiones los elevados subsidios que otorga el gobierno de su país  a sectores enteros de la producción, que no solo recomponen cualquier posible desnivel surgido en el factor salarial, sino  que tiene  una ventaja adicional en la imposición consignada  en los tratados comerciales  para que los países  exportadores de bienes primarios no subsidien a sus sectores productivos.
De manera que León Valencia   parece haber sufrido aquí un serio problema de enfoque. La preocupación del sindicalismo norteamericano y sus voceros  ante el congreso  y el gobierno  no constituye una muestra de solidaridad con sus congéneres colombianos. Todo lo contrario: a sus líderes les inquieta  que las lesivas y muchas veces   ilegales condiciones de contratación existentes  en Colombia  hagan descender tanto los  costos de operación que acaben por convertirse en una  amenaza para sus propios puestos de trabajo en Estados Unidos. Al primer golpe de vista parece complejo , pero es simple hasta la  brutalidad. Sucede lo mismo  con el discurso sobre defensa  de los derechos humanos,  exacerbado  después del atentado contra las Torres Gemelas. Al convertir en bandera la lucha contra el terrorismo se hace insostenible seguir siendo un patrocinador de las violaciones a esos derechos, como lo fueron sucesivos gobiernos  estadounidenses  antes, durante y después de la Guerra Fría. Simple giro retórico que no le impidió al  segundo Bush justificar y legitimar la tortura como método de interrogatorio y  que no ha servido tampoco para detener la barbarie contra los civiles en Irán ,Irak, Afganistán y cualquier lugar de la tierra que a huela a petróleo.
Vistas desde esa perspectiva  las expectativas del columnista no solo resultan desfasadas sino riesgosas.  Porque    el título mismo, “  La hora del sindicalismo” parece sugerir una especie de   punto de quiebre para los trabajadores colombianos, cuando en realidad  la ilusión surge porque a la frase le faltó el complemento, de modo que a todos nos resultara claro  que  si, que llegó la hora del sindicalismo…norteamericano

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