sábado, 16 de octubre de 2010

Elogio de la bobada



“Yo no soy bobo para hacer la fila en el banco”. “No soy boba para no ser capaz de conducir el carro mientras hablo por celular”. “Como si fuera bobo para ponerme a pagar impuestos”. “Acaso soy bobo  para no tumbarme ese billete, si me dieron papaya”. “Usted si es muy boba, que cruza por el puente peatonal” “¿Es  que me cree bobo, que voy a ir hasta el paradero de buses?”  Podríamos agotar el espacio de esta columna y nos sobrarían frases para condensar las muchas variantes de esa retorcida visión del mundo que los colombianos hemos convertido en una suerte de código ético al revés. Por lo visto, palabras tan esenciales para la convivencia como respeto y responsabilidad desaparecieron de nuestro diccionario nacional, si es que  estuvieron alguna vez. Con razón uno de los  poemas que aprendimos a  recitar en la escuela  primaria lleva el título apenas comprensible de “Simón el Bobito”.  Claro: en la inconfundible cadencia de los  versos de  Pombo  reside al parecer la clave de uno de los componentes de nuestra identidad colectiva.
Vistas las cosas de esa manera, se trata de ser avispados,  o de tener “picardía”, según la ilustrativa  frase del hoy presidente de Colombia, cuando se le cuestionó acerca de sus prácticas políticas. En ese tono,  no solo  es bien recibido,  sino que además es envidiable n o respetar  a quien  tomó su turno en la fila  antes que yo.  Reduciría los niveles de autoestima ponerse  a  pensar en los riesgos que representa  para la propia vida  y  para los demás hablar por teléfono mientras se conduce  un automóvil, o hasta  una motocicleta, como puede constatarlo cualquier observador  que recorra  las calles. Ni qué  decir del pago de los impuestos, obligación que no asociamos con las exigencias que todo el tiempo estamos haciéndoles al  Estado y la sociedad. Pero nada supera a la ligereza con que los depredadores de  los recursos públicos  justifican sus trapisondas: “ Si no lo hago yo, lo hace otro”, sentencian  los ladrones de cuello blanco, con el aire beatífico que algunos filántropos utilizan para hacer públicos sus actos de beneficencia.
Pero  la lista sigue. Resulta claro que utilizar un puente peatonal o abordar el bus en el paradero correspondiente  es síntoma inequívoco de retraso mental. Y no hablemos de los que replican que no son bobos para bajarle volumen a la música cuando los vecinos imploran un poco de tranquilidad: si no puede dormir o descansar es asunto suyo, no mío, que, como pueden ver, pertenezco al reino de los avispados.
¿De dónde nos viene ese perverso legado? Algunos afirman que lo heredamos de las prácticas coloniales, cuando las  gestiones ante los representantes de la corona   engendraron una interminable lista de corruptelas que  enriquecieron a los intermediarios.  Otros   apuntan  a una educación religiosa  fundada  en la hipocresía, cuya máxima de oro está  resumida en la frase aquella de “El que peca y reza empata”. Un sector nos recuerda que, como el fuego y el pánico, el ejemplo cunde y que esa manera de obrar es el reflejo que nos devuelve el espejo de las instituciones que constituyen el soporte colectivo, vale decir: la iglesia, la familia, el Estado y la escuela. El problema reside en que cada una de esas percepciones justifica el estado de cosas, antes que cuestionarlo. “Así son las cosas  y así es el mundo, mijito”, recitaban los abuelos con esa resignación  que veces era sabiduría y otras era la cara misma de la derrota.
Por lo pronto, si deseamos de veras  cambiar en algo  esa  manera de instalarnos  en la existencia  que hace del cinismo, el atajo y la bravuconada  las únicas cartas  de presentación, podríamos empezar convirtiendo el elogio de la bobada en un punto de partida para pintar de otro color esta cara de marrullerías y  triquiñuelas que hoy le presentamos  al mundo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Ingrese aqui su comentario, de forma respetuosa y argumentada: