martes, 12 de octubre de 2010

Tocata con fuego


Según el músico  Fito Páez  son muchos los que tiran la toalla  en tardes de Domingo sin fútbol.  Otros se lanzan en avalancha hacia los centros comerciales, aunque no vayan a comprar nada, como si las mercancías expuestas  en las vitrinas fueran una especie de  divinidad pagana  que va a salvarlos de la desazón .Mi vecino , el poeta Juan Carlos Aranguren prefiere, en cambio, sentarse la tarde entera frente a una taza de café humeante acompañada con cigarrillos Pielroja  y consagrarse a la curiosa tarea de descifrar  los más profundos móviles de los actos humanos, sin otra guía que el análisis de su manera de  abordar el bus, de agarrar el teléfono  o de cruzar la calle.
Hace unos días, tomando como pretexto las celebraciones de amor y amistad, le dio por escudriñar el estado de la libido de la gente, basándose en la observación de la manera  como las parejas salen a la calle.  Los  que caminan siempre abrazados son los cachondos- dijo-  los que desbordan  estrógenos y testosterona  por todos los  poros  y en medio de la  desesperación que dan las ganas le echan mano a la  pareja, temerosos de que algún depredador, de los que no faltan desde el comienzo de los tiempos, se las  pueda arrebatar. Mejor dicho, viven en una perpetua tocata con fuego.  Fíjese en cambio en los que van tomados de la mano : esa es la clase de enamorado de mucha chocolatina  Jet, arrumacos a la luz de la luna  y mucha balada de los años setentas , pero más bien poco sexo. Viven  al filo de que la pareja les plante los cachos  cuando se encuentre en el camino con un ejemplar de la  primera categoría, pero no les importa: para ellos una buena dosis de sufrimiento es  el mejor condimento para el amor.
Hay otros que cambian de  estatus: pasan de ser pareja a convertirse en lazarillos. La mujer o el hombre  van siempre prendidos del brazo de su consorte, como si temieran caer o perderse entre la multitud. La última vez que sintieron el asedio de Eros fue la noche  cuando concibieron al primogénito, poco antes de la llegada del hombre a la Luna. Viven  tan ajenos a los asuntos de la carne, que igual les daría andar  tirando de la cadena de un Pastor Alemán o del brazo de un niño: al fin y al cabo lo que pretenden es llegar a buen puerto, no emprender una aventura senil que les arrebate la cordura.
Los  últimos no solo evitan tocarse- exclama  Juan Carlos encendiendo  el enésimo cigarrillo de la tarde- si no que caminan uno detrás del otro, como una pareja de gansos. Solo parecen enterarse de la presencia  de su media naranja cuando esta se detiene  a saludar a  un conocido o a leer los titulares  en un puesto de periódicos. Entonces, será objeto de una reprimenda. “Para eso mas bien salgo sola”, grita la mujer, pues invariablemente es el hombre quien va atrás, rezagado hasta de si mismo. Sexo, lo que se dice sexo como lo manda dios y lo prohíbe la santa madre iglesia, nunca tuvieron, ni siquiera con fines reproductivos. Lo que los mantiene  unidos es más bien una forma refinada de la indiferencia, sentencia  el hombre,  despachando la última taza de café y se levanta de la mesa, mientras yo me quedo pensando dónde diablos aprendió tanto si desde que lo trato – poco menos de veinte años- nunca le he conocido mujer.

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