jueves, 1 de agosto de 2013

A la lumbre del viejo farol




Si existe  un paraíso de los desengañados, don Luis Ramírez debe tener un lugar asegurado allí, con palco fijo en el tendido siete.  Y se lo ha ganado a punta de canciones, cientos de  canciones donde da cuenta de ese sentimiento de desarraigo propio de los seres fronterizos, siempre en permanente  tránsito. No sé quien fue el genio encargado de bautizar como “ De carrilera” a esas músicas compuestas a partes iguales con una mezcla de candor, rabia y desazón,  pero desde hace más de medio  siglo don Luis, El  Caballero  Gaucho,  figura entre sus más ilustres cultores.
Desde el día de su creación el tren se convirtió en metáfora de la fugacidad y en símbolo de toda suerte de adioses  forzados o voluntarios. Poemas, cuentos, crónicas, pinturas, novelas, películas y canciones  se han ocupado de recrear ese vehículo lento y traqueteante en  sus primeros días como escenario de descubrimientos y abandonos. Justo en medio de esos dos extremos se encuentran las estaciones con su antología  de llanto y de risas. “Ay ya se va/ sobre los rieles con su vaivén/ llevándose mi alegría a  tierras lejanas/ maldito tren”, dice una de las tonadas más recordadas de nuestro cancionero popular, compuesta por el colombiano Marco Antonio Posada.
De esas imágenes se nutrió la temprana  juventud de  este cantor de penas y olvidos que una vez compartió escenario   en el Madison Square Garden de Nueva York con el mismísimo Julio Iglesias, para entonces el más vendedor de los cantantes en el mundo de la balada en  español. Anclado en el puerto fluvial de La Virginia, a  orillas del río Cauca, el  joven  Luis fue testigo- y acaso protagonista- de incontables promesas de amor eterno siempre incumplidas. Barcos y trenes se instalaron  muy temprano en su memoria como símbolo de lo irremediable. Con ese material se dio a  la  tarea de escribir  versos que acompañaba con los acordes de un tiple criollo o de una guitarra española,  desde entonces inseparables compañeros de viaje.  Sus adoradores  desde México hasta el Perú, pasando por varios millones de colombianos en el exterior, lo consideran parte del santoral. Sus detractores-también son legión- no le perdonan su empeño en cantar  con  un acento del arrabal  bonaerense  para ellos incomprensible en  un nativo de la región andina .
En  Colombia les decimos cosecheros a los recolectores que van de una región a otra, siguiendo el ritmo de la maduración de los cultivos. Café, algodón, papa o  caña de azúcar, según  el clima o la época del año. Para ellos el tren fue desde la segunda  década del siglo XX el principal vehículo de comunicación. A su paso sembraron las orillas de las carrileras con una sucesión de  bares, cantinas y hoteluchos desangelados. En ellos se tejieron, se consumaron y  se disolvieron amores de una noche, capaces de abrir heridas para el resto de la vida. Si usted le pregunta por El Caballero Gaucho a uno de  esos veteranos de  la desolación,  el tipo alzará su copa de  aguardiente y brindará por ese hombre de  bigote cuidado con  esmero de antiguo galán y maldecirá la hora en que enamoró a una mujer con la ayuda de sus canciones.
Pero lo suyo no es asunto del pasado. Conozco   jóvenes  menores de veinticinco años capaces de recitar sus canciones en la alta noche como quien eleva una plegaria a los dioses del abandono. Uno de ellos fue incluso más allá y adaptó  varias de ellas para su banda de rock. Rockero impenitente,  puedo dar fe de que la fórmula  funciona.  Después de todo las composiciones de tipos  como Bob Dylan, Chuck Berry o Tom Waits, están repletas de  trenes  y estaciones con su carga de ilusiones y plegarias no atendidas.
Hace años visité a don Luis, El Caballero Gaucho, en su casa de La Virginia. “No sé si alguna vez compuse una buena canción. Pero en todo caso quiero que me recuerden  como un buen ebanista”, expresó. Lo dijo sin demagogias ni modestias innecesarias. Solo  quería enfatizar que todos los muebles de su casa, incluidos los estantes  donde guarda los trofeos, fueron labrados con sus propias manos. Las mismas con que toma la guitarra y con un par de acordes nos envía de vuelta a los recintos más secretos del corazón cuando empieza a cantar: “Viejo farol que alumbraste mi pena/ aquella noche en que quise olvidar/ con tu luz taciturna y enferma/ cual si estuvieras  cansao de alumbrar”.

PDT :  Les comparto enlaces a las dos canciones citadas
 http://www.youtube.com/watch?v=2B1eWUQNHso
http://www.youtube.com/results?search_query=viejo+farol+caballero+gaucho&oq=Viejo+farol&gs_l=youtube.1.0.0l10.1227.3466.0.5688.11.9.0.2.

11 comentarios:

  1. Gran artículo Don Gustavo, genial descripción de las carrileras y su música. Y como olvidar esa carga de melancolía en clave de falso argentino que dice:

    "desde un tétrico hospital..."

    http://www.youtube.com/watch?v=etbGIXzO93M

    Cami.

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  2. Ah, carajo: está poniendo el tope muy alto, apreciado Camilo. Mil gracias por el oportuno enlace. ¿quien no recuerda eso de : " dejjjjde un tétrico hojjjpital"?

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  3. Deliciosa canción, estimado Gustavo, esa del viejo farol. Esa voz magnifica me hace recuerdo a don Raul Shaw Moreno, un intérprete boliviano que tuvo el privilegio de ser una de las voces del trio Los Panchos, en una de sus etapas. Usted habla de trenes viejos y traqueteos, y se me parte el alma porque no tuve esa suerte de poder subirme a uno. Allá, en los años noventa todavía circulaba alguno en los valles cochabambinos, a la sombra de molles, sauces y eucaliptos y bordeando riios que hacían el trayecto sumamente atractivo. Desgraciadamente todo eso se ha perdido, las vías yacen abandonadas y poco a poco se van robando los fierros para venderlos como chatarra. En algún pueblito todavía se pueden divisar estaciones semiderruidas. Donde a veces no queda ni un alma a la vista. El ferrocarril, es un anacronismo, aunque parezca absurdo, en nuestro país. Por demás, gracias por la lectura llena de nostalgia, sazonada con herrumbre y estampa de muebles viejos.

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    1. Sabe que no es tan absurdo, Colombia tenía más de 3000 kilómetros de vías férreas según leí hace poco, se dejaron arruinar de la misma manera que ud menciona. Tuvo su lógica eso del neoliberalismo y el favor que hicieron nuestros gobiernos a las petroleras al privilegiar el transporte por carreteras porque era "más eficiente" y más "competitivo". En Colombia los que tenemos menos de 30 años tampoco nos hemos subido nunca a un tren. Y las carrileras son lo que dice Gustavo: sucesiones de casas arruinadas, invadidas, pobreza y vías por dónde ya no van ferrocarriles sino perros mugrientos y niños sin ropa.

      Camilo.

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    2. Apreciado José: nuestros tecnócratas, tan proclives a manosear palabras como planeación y desarrollo, pasaron por alto el hecho de que un moderno y eficiente sistema de ferrocarriles es clave para el dinamismo económico de cualquier sociedad. No contentos con eso, estimularon incluso su desaparición, beneficiando de paso los intereses de grandes grupos económicos involucrados en el negocio de la importación de camiones. En esa dirección apunta, entre otras cosas, la reflexión de Camilo.

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  4. Los trenes, la soledad, la identidad… Hace años, de paso por Ronda, cuyo tajo siempre me ha dado la impresión de comunicar con el alma original del pueblo, de cualquier pueblo, escuché a un cantaor estos versos: “Los raíles del tren me hacen llorar/ lo mismo el uno que el otro/ si se alargan no se pueden juntar.” Y se me ocurrió entonces que cada riel representaba lo que uno quisiera, el amor y la esperanza, por ejemplo. Bastante después se me ocurrió averiguar quien era el autor de esa imagen, para mí tan poderosa, y surgió el nombre del poeta Luis Rius, nativo de Tarancón, España, y muerto en México en 1984. El cantaor había alterado los versos. En la versión original, “Hasta los raíles del tren/ me hacen llorar/ tan cerca el uno del otro/ ¡cómo quisieran!, se alargan/ y no se pueden juntar." Esto me parece una perfecta alegoría de los sentimientos que nos desgarran íntimamente. Supongo que tu Caballero Gaucho también lo interpretaría así.

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  5. ¡ Cuántas metáforas lleva implícitas la sola visión del tren, mi querido don Lalo! A su manera los rieles equivalen a las olas para los barcos. A propósito, otro poeta del pueblo, cercano al espíritu de El Caballero Gaucho, cantó : "Nadie como yo conoce/ el lenguaje de los pañuelos/ que se agitan en los puertos/ y me embriago en lejanías / para apaciguar mis sueños".

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    1. Hola Gustavo.Entre recuerdo y nostalgia, esta respuesta suya al comentario de Lalo, me obliga a añadir que esta canción «nadie sabe como yo/ lenguaje de los pañuelos/ agitándose en el muelle,/ sacudiendo el aire trémulo./Nadie como yo nació/ con destino marinero/ la única flor que conozco/ es la Rosa de los Vientos...» y se llama «Romance de mi destino» pasillo ecuatoriano de Abel romeo Castillo, es uno de mis pasillos inolvidables, esuchado en mi infancia, 6 años, en las voces del Dueto Antaño, que son mis preferidos, y el que canto en estas lejanías, entre las cuerdas de mi guitarra.
      Buen homenaje al Caballero Gaucho, enraizado en la tradición popular de una música, de la que afortnadamente, podemos escoger la versión que nos plazca.

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    2. Saludo desde el Norte. Olga L. Betancourt

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  6. Tavo, me removiste un montón de recuerdos que tenía olvidados. Antes que el rock, para mi fue la carrilera. Encontré esta hermosa versión de Tren Lento, cantada por la que parece es una sobrina-nieta del compositor. Me llené de ternura al verla. Un abrazo desde del DF. Juan Carlos

    http://www.youtube.com/watch?v=4pVYqVFFrDo

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  7. Querido Juanito. Si un texto sirve aunque sea para mover recuerdos- dolorosos o gozosos- " Yo bajaré tranquilo al sepulcro".
    Un abrazo,
    Gustavo
    PDT: gracias por el enlace. Bellísima versión.

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